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"¿ si y ustedes para cuando?" . por que debemos de dejar de pregutar a las parejas primerizas por su primer bebe



Una carta abierta a todos los que estamos cansados de responder la pregunta más incómoda de las reuniones familiares.

Nací en 1994. Mis padres me tuvieron muy jóvenes (al menos para la época y la etapa de sus vidas), mi mamá acababa de cumplir 25 y mi papá aún no alcanzaba los 23 cuando tuvo una responsabilidad llorando entre sus brazos.Somos todos de Chile. Ellos nacieron en 1968 y 71, respectivamente. En 1973 hubo un golpe de Estado, y se instauró la dictadura más grande que el país ha conocido. Ellos sabían que había pocas opciones en la vida para ese entonces. Una de esas, la más segura, tal vez la única posible según lo que les habían dicho mis abuelos, era estudiar una carrera, recibir el diploma lo antes posible y formar una familia. No había tiempo, planes, ni espacio para las ambiciones.Lugares como Asia, Europa o incluso Norteamérica, parecían demasiado lejanos y poco posibles. Un pasaje de avión podía costearse por una minoría de los bolsillos. Y no había ganas de probar oportunidades:

“Para qué, si aquí lo tenemos todo”.

Cuando estaban en la mitad de la universidad, yo aparecí en sus vidas. A pesar de que, en un principio, todo podría sonar demasiado terrible (una democracia en ciernes, poco dinero, estudios incompletos en la época en la que se estaban masificando), muchos momentos fueron muy alegres. Mi papá me enseñó el amor por Los Simpsons, y veíamos Dragon Ball Z los sábados en la mañana. Los acompañé en la larga y exhaustiva búsqueda de casas muchas veces; fui testigo de cómo, poco a poco, todo se iba amueblando. Estuve en la primera fila de su matrimonio.

Sin embargo, en ocasiones me pregunto si ellos hubiesen preferido esperar un par de años antes de ser padres. Y la respuesta llega de una manera inmediata y demoledora cada vez que me lo cuestiono: sí. 

Foto sacada en 1995 (Foto: Upsocl).

Un recambio generacionalPinterest

Los adultos jóvenes de ahora no tienen la misma mentalidad ni planes a futuro que los de hace 25 años. Suena lógico, ¿no? Un recambio generacional siempre trae consigo la evolución (a lo menos la mutación) de lo que se entiende por proyecto de vida. Dentro del privilegio en el que vivimos muchos de los occidentales en 2018, salvo contadas excepciones, la educación universitaria se ha masificado aún más, la cultura de la híperconectividad nos ha hecho más egoístas y dedicados solo a nuestros propios asuntos. Abramos, ahora mismo, alguna de las redes sociales más populares del internet: Instagram y Facebook están plagados de gente viajando. Los pies de fotos aseguran que se está cumpliendo un sueño. Y, a pesar de que ahora se puedan comprar boletos de avión al otro lado del mundo por precios (relativamente) accesibles, y la cultura del crédito permite vacaciones de un mes entero con pagos a plazo, por alguna razón sigue pareciendo demasiado inverosímil que el matrimonio y los hijos sean proyectos que pueden dejarse para después.

La generación de personas nacidas a fines de los 80 y principios de los 90 se encuentra en una búsqueda distinta a la de sus padres. Afortunadamente, parece ser que el mundo occidental más privilegiado tiene, aún, más recursos que antes, y la época del internet nos ha hecho pensar fuera de las plataformas que normalmente utilizamos. Probablemente, para alguien que tenía el privilegio de ir a la universidad a mediados de los ’80, hubiese sido algo completamente inconcebible el encontrar los proyectos propios para una vida pegado a la pantalla de un pequeño dispositivo. 

Boyhood (2014) narra el recorrido de la vida de un niño criado por padres jóvenes y todo lo que deben pasar hasta encontrar cierta paz (Foto: IFC Films)

Ahora, tenemos menos presiones y apuros. El estar al tanto de la actividad ajena nos ha vuelto más sensibles en cuanto a nuestros propios logros: ya no es necesario establecer una familia tan pronto como podamos, comprar una casa y un coche. Ahora es posible el privilegio de tomarnos nuestro tiempo a la hora de decidir estar con la persona correcta. El amor no es concebido como antes: se plantea con muchas más libertades que hace algunos años, y esa búsqueda (a pesar de que su forma de efectuarse sea una con la que algunas personas no están de acuerdo) es una posibilidad válida y aceptable.

Generalmente, cuando le preguntan a esta generación de adultos jóvenes por el proyecto de los hijos, tienen respuestas guardadas que funcionan a la perfección en cualquier contexto:

“Aún no estamos preparados.

Nos falta dinero.

Cuando tengamos una casa”.

Sin embargo, esa larga lista de excusas solo sirven para aplazar lo inevitable: hablar sobre la posibilidad de jamás tener hijos. En un mundo sobrepoblado, donde la escasez de agua amenaza, y se ha dicho en más de una ocasión que el menor impacto ambiental que cada persona puede ejercer para intentar salvar la Tierra, es no ser padres jamás, seguimos avergonzados por incluir a otros seres humanos en nuestro proyecto de vida.
La felicidad como proyecto

Es importante recordar y tener siempre en cuenta que podemos plantearnos la vida bajo nuestros propios términos. Ya no es necesario que sigamos viviendo pensando en los proyectos y cuestionamientos ajenos. En la primera infancia, siempre se regaña a los padres por vivir a través de los hijos. Sin embargo, parece ser que estas críticas son aceptadas y poco cuestionadas cuando estas proyecciones implican un “proyecto de vida tradicional”. Shutterstock

Los modelos de las relaciones, las dinámicas con el trabajo, con la familia y con nuestro entorno han cambiado. Y si no creemos que sea necesario el continuar replicando viejas costumbres sociales, no tenemos por qué hacerlo.

Finalmente, no es tan malo tomar parte de esa falange de la sociedad “escandalosa” que se preocupa más por los proyectos propios que por hacer feliz a los demás. Oírnos a nosotros mismos y vivir bajo nuestras propias normas también es importante.
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